Viernes por la tarde. Feria del corredor. 36 horas 44 minutos y 24 segundos para la hora H 5:15 de la madrugada. Tras una noche en la que los nervios me despertaron prácticamente cada hora desde que me acosté, sonó el despertador. Y claro, tanto nerviosismo se acabó, mi mente relajó, y me quedé dormido... hasta las 6:30 !! Sí, empecé el día más esperado de los últimos meses quedándome dormido. Había calculado no obstante que para ir sin prisas debería salir del hotel sobre las siete y cuarto, por lo tanto tenía tiempo para desayunar, prepararme e irme. A las siete y pico cogí el metro hasta el Arco del Triunfo donde Iñaki Zabaldu me estaba esperando en el guardarropa. Dejamos la bolsa, y a la salida. Meada quitanervios de rigor, y al cajón de los dorsales rojos sub 3:15.
Durante la semana mi entrenador me había estado diciendo que saliera a un ritmo de 4:25 por km, que no me cebara con bajar de 3 horas, que iba muy justo para eso y si tenía un mal día podía reventar. Allí en la salida Iñaki me propuso sin embargo hacer camino con las liebres de las tres horas. Decidí rodar tranquilo los primeros kilómetros y en función de mis sensaciones adoptar una táctica u otra sobre la marcha. Los nervios a flor de piel, pues además estábamos muy cerca de la salida, muy bien colocados y tras unas palabras por megafonía en francés, pistoletazo de salida... Comienza el maratón !!!
El primer kilómetro corresponde a la Avenida de los Campos Eliseos, ancha y cuesta abajo, lo que unido al hecho de salir muy bien colocados y en el grupo de la gente de tres horas hizo que desde el principio pudiéramos correr rápido. El paso por el primer kilómetro de hecho ya fue de 4:21 El segundo lo hicimos en 4:28, un poco más lento teniendo en cuenta que al pasar por un par de curvas hubo que parar un poco el ritmo para no tropezar. A esas alturas iba justo como me había dicho mi entrenador. Pero claro, los Campos Elíseos son de pavés, y al entrar en el tercer kilómetro el piso cambió a asfalto. No tuve la sensación de apretar el ritmo en ningún momento, pero cuando pasamos por el cartel del kilómetro 4 y miré al cromómetro, éste me mostraba que entre el 2 y el 4 habíamos tardado 8:19, a un ritmo de 4:10. No le di importancia y seguí corriendo por sensaciones, y el paso por el 5 lo hicimos en 21:17, a ritmo de tres horas justas en meta. Una miradita de complicidad a Iñaki, al que llevé todos esos kilómetros un metro delante de mí, y seguimos haciendo camino hasta el kilómetro 10 detrás de las banderas de las liebres de las tres horas. Esos cinco kilómetros fueron de trámite, sin mucha historia, tratando de no perder muchas fuerzas en cambios de ritmo, de no tropezar y de ir entrando poco a poco mentalmente en la carrera.
Al pasar por la pancarta que marcaba la decena de kilómetros nuestro tiempo era de 42:34, a ritmo de tres horas. Comentar por cierto que aquí vi entre el público a Sylvie, a la que tuve que gritar para que me viera. Después, tras una curva a la izquierda y una pequeña recta, cambiamos el entorno del circuito para entrar en el Bosque de Vincennes, dejando los bonitos edificios de la zona este de París para rodearnos de los espectaculares árboles de este bonito bosque verde. Ahí, en el kilómetro 12 más o menos el ritmo de Iñaki empezó a ser demasiado fuerte para mí, y decidí dejarle marchar y empezar a afrontar solo el resto de la carrera. Me dejé engullir por el grupo del que tiraban las liebres de las tres horas (al cual siguiendo a Iñaki había dejado ligeramente detrás) y me propuse llegar hasta la media maratón ahí detrás. 1:25:40 fue el paso por el kilómetro 20 poco después de dejar el bosque para entrar otra vez en los barrios de París y 1:30:19 el paso por la media maratón.
Y ahí es donde pensé que llegaba el momento de jugársela, y al pasar la media maratón decidí dejar atrás el grupo de las tres horas y tirar hacia delante. El kilómetro 23 lo pasé en un tiempo de 1:38:20, que hacía un parcial de 12:40 en los tres últimos km. Esa parte del recorrido es bastante bonita también, pues se hace por la orilla del Río Sena pasando por debajo de los puentes y recibiendo el apoyo de un numeroso público que animaba desde arriba. Pero esa parte es traicionera, pues hasta más o menos el kilómetro 28 vas por un continuo sube y baja que te va quitando fuerzas paulatinamente. Además en el kilómetro 27 se pasa por un túnel de casi 1000 metros en el que al final notas la falta de oxígeno. Aún así yo seguía con un ritmo alegre y mantenido pero insuficiente para que las liebres, que aumentaron también el ritmo supongo que a partir del kilómetro 22 ó 23, me dieran alcance al salir del túnel. Ahí me volví a encontrar también con Iñaki, que tuvo que parar por una emergencia que me permitió adelantarlo, pero como iba más rápido que yo me dio caza y apenas aguanté con él hasta el 30. Ahí, en ese kilómetro por el que pasé con un tiempo de 2:07:56, ya estaba empezando a ver que iba a sufrir mucho en la parte final.
Aún así del 30 al 35 mantuve el ritmo y completé esos 5 kilómetros en 21:30 (tiempo total 2:29:27), con opciones de llegar alrededor de las tres horas. Pero ya sabía que la pájara estaba a punto de caer.
Y en efecto, fue a partir de ahí donde mis piernas se bloquearon y mi ritmo empezó a bajar paulatinamente a un ritmo aproximado de 5:00 por km. Los 7 últimos km fueron un calvario, pues mis piernas apenas me dejaban correr, el frío me estaba destrozando, tenía hambre pues las reservas ya me las había fundido y en el avituallamiento del km 35 no cogí toda la comida que necesitaba. Hasta el 40 no había más comida... Mi sensación era la de ir totalmente solo, literalmente, pues a esas alturas la gente que aún no había "pinchado" me adelantaba sin problema y los que habíamos pinchado luchábamos solos cada uno en un frente. Yo pasaba a gente que iba acalambrada, gente que andaba, gente corriendo ligeramente más despacio que yo. Pero todo esto solo y helado de frío, pues al contrario que en mis otros dos maratones, en los últimos kilómetros en París no hay público apenas, y la sensación de soledad se multiplica sin el calor del público. Dicen que el Bosque de Boulogne por el que se hace el final de esta maratón es muy bonito, pero yo no lo recuerdo apenas. Hice en esos momentos memoria de los últimos kilómetros de la Maratón de Berlín, de como en el 36 me vine abajo al pensar que aún faltaban 6, y decidí adoptar otra táctica diferente en el aspecto mental. Empecé a contar los km de uno en uno. Me dije: "Carlos, hasta el km 37 tienes que llegar sin pararte". Llegué, y me dije: "Carlos, hasta el 38 también llegas, son dos vueltas y media a una pista olímpica". Llegué y me dije otra vez: "Hasta el 39 también puedes, es otro kilómetro, de estos has hecho miles". Cuando pasé el 39 sabía que había un avituallamiento en el 40 con comida y bebida, y ahí me dije: "Carlos, hasta el 40 que cuanto antes llegues antes comes y bebes, así que no te pares que tardarás más". En el 40 paré en el avituallamiento para comer y beber suficiente para llegar a meta sin sufrir tanto. Perdí unos 30 segundos pero salí de allí con un cuarto de naranja, medio plátano y un vaso de bebida isotónica en el cuerpo. Me dije; "Carlos, hasta el 41 que ya está acabado". Llegué al 41, y entonces la luz del final del calvario se iba viendo. "Carlos, no queda nada, esto está acabado, uno más, y disfrútalo que te lo has ganado". Recuerdo que a pesar de eso el último km se me hizo largo, justo hasta que pasé por el cartel que indicaba 26 millas (durante toda la carrera también había carteles de paso en cada milla). Yo sé que un maratón son 26,22 millas, es decir, que me quedaban unos 350 metros para ponerle fin a tanto sufrimiento. Además ese cartel estaba en la última curva de la carrera, así que justo después del cartel pude ver la meta. Sólo quedaba encarar la recta, que además es cuesta abajo, y disfrutar del momento. Era el final a los 7 km más difíciles a los que me he enfrentado desde que me puse unas zapatillas para correr, nunca lo había pasado tan mal. Fueron un cúmulo de circunstancias que el frío helador de aquella mañana intensificó. Por eso, haber aguantado con un ritmo decente todo ese sufrimiento y haber llegado a meta en un tiempo que mejora en diez minutos mi mejor marca conseguida hace menos de seis meses me deja un sabor de boca sensacional, y me hace pensar que el domingo di un salto importante tanto en mis aptitudes como en mi actitud como maratoniano.
Después sólo quedaba cruzar la línea de meta, donde mi amigo Iñaki, que entró en algo más de tres horas cinco me estaba esperando. Pensé que él bajaría de tres horas, pero le pasó exactamente igual que a mi y el 35 le fallaron las fuerzas. Nos cambiamos y al rato, ya con ropa de abrigo y después de haber comido algo de fruta y bebido algo de líquido, compartí abrazos y palabras con los familiares y amigos que fueron a París. Fue sencillamente espectacular, una experiencia sin duda inolvidable.
Iñaki y yo en la zona de encuentro una hora después de acabar la carrera