Por fin he terminado de escribir la crónica de la carrera del domingo. Me ha llevado unas cuantas horas y advierto... es un ladrillo. Aquí la dejo:
No sé por dónde empezar porque hay muchas cosas de las que hablar e intuyo que esta va a ser una entrada muy larga. Si analizo esto como un reto, he de decir que entrenar, preparar y correr el Maratón de Madrid ha sido una experiencia buenísima por muchos motivos. Ha sido complicado por la lesión, por el cansancio acumulado y porque este invierno nos ha deleitado con muchos días feos de lluvia y frío que han hecho duro salir a entrenar, pero tenía una especial ilusión por llegar bien al día D y esa ilusión me puso en la línea de salida el domingo en un estado de forma y una frescura mental excelente.
Durante la semana previa pasé muchos nervios, tuve muchas dudas sobre cómo afrontar la carrera, aunque también tenía el firme convencimiento de que iba a correr bien. La preparación fue buena física y mentalmente.
Y pasó la semana, pasó el viernes, pasó el sábado y llegó el domingo.
Me despierto de repente. Miro el reloj que marca las cuatro y media. Falta apenas una hora para que suene el despertador así que voy a dormirme otra vez. Tic tac tic tac, no puedo dormir, y tras dar vueltas en la cama durante 45 minutos decido levantarme a las cinco y cuarto. Es prontísimo, apenas he dormido cuatro horas, pero bueno, me daré una ducha para espabilarme. Despierto a mi madre, compañera de habitación ocasional que ha decidido venir desde Inglaterra este fin de semana para animarme. Me dijo que quería estar conmigo todo el rato en el desayuno, autobús, guardarropa, etc... y yo por supuesto accedí a ello. A las seis menos cuarto me bajo a desayunar y el metre me comenta que hasta las seis no hay desayuno. Menuda mierda pienso, y me vuelvo a la habitación a hacer tiempo. A las seis bajo de nuevo, esta vez con mi madre que antes aún no estaba lista. Dos tostadas, dos trozos de piña, un yogur y un café con leche.
A las seis y media volvemos a la habitación donde me pongo la equipación de gala. Cojo la bolsa para el guardarropa y bajo, acompañado por mi madre, a esperar al autobús que nos lleve a la salida.
El trayecto en bus es corto pero me da tiempo para relajarme escuchando en mi mp3 una pequeña selección de canciones especialmente confeccionada para la ocasión.
Siete y media. Aparece Barney. Está nervioso. Dejamos las bolsas en el guardarropa y hacemos un par de fotos. Aparecen también Manuel García (atleta afincado en Murcia con quien coincidí el día de antes en el Hotel y en alguna ocasión en Internet) y mi amigo Diego, que hoy debuta en maratón. Las visitas al baño para las meadas quitanervios y otros menesteres nos dividen, y me veo a las nueve menos diez en la línea de salida con Manuel que tiene el mismo objetivo que yo: BAJAR DE TRES HORAS. Diego se queda un poco más atrás y lo perdemos. A Barney lo perdimos hace un cuarto de hora.
Estamos a punto de salir y por mi mente pasan muchas cosas. A pesar de la excitación del momento no me olvido de la conversación con David del sábado por la tarde: Carlos, corre por sensaciones, olvídate del reloj hasta el kilómetro 25. Tienes que llegar con fuerzas al kilómetro 30. He decidido ponerle un trozo de esparadrapo a la pantalla del reloj para no poder ver el crono. En el kilómetro 25 se lo quitaré y a partir de ahí correré "con reloj". Me he estudiado el perfil y tengo clara la táctica. Mi intención es guardar fuerzas hasta el kilómetro 30 pues sé que a partir del 35 la cosa se va a poner muy fea y me va a hacer mucha falta toda la fuerza que haya conseguido dosificar. Hoy, por tanto, voy a ser conservador. Me vienen a la mente los agónicos 6 últimos kilómetros de mis dos últimos maratones y me asusto. Me entra ese bendito cosquilleo en el estómago. Esto está a punto de empezar. Me concentro y... me mojo, ¡¡joder!! está lloviendo. Y con la lluvia llegaron las nueve y con las nueve el pistoletazo. Empezamos a correr.
Es especial siempre el comienzo de cualquier maratón. Una gran serpiente multicolor inundando una gran avenida con sueños y propósitos que además en muchos casos no se cumplen. Así de cabrón es el maratón. Por eso es tan especial la salida, porque esos sueños están intactos y la ilusión por alcanzarlos se siente cuando eres una pequeña parte de esa gran serpiente. Salgo con Manuel y lo hacemos tranquilos. A pesar de que nos hemos colocado bien en el primer kilómetro somos víctimas de algún que otro atasco que nos impide correr con fluidez. Pasamos al globo de las cuatro horas al poco de que Manuel me diga que hemos hecho el primer kilómetro en 4’35”. Por la parte derecha del Paseo de la Castellana vamos adelantando corredores y cogiendo el ritmo. Van quedando detrás también los globos de las 3h30 y de las 3h15. El de las tres horas nos saca unos 100 metros. Al pasar por el kilómetro 3 me dice que ya hemos bajado a 4’20” en ese kilómetro. Es la última referencia que me da, prefiero no saber nada y dejarme llevar por las sensaciones. Esto se lo comento justo en la curva a la derecha que tomamos para rodear el Estadio Santiago Bernabeu que, desde su privilegiada posición, es espectador de lujo de este gran evento. La lluvia va aumentando la intensidad por momentos, tanto que al abandonar por segunda vez la Castellana en el kilómetro 6 y medio vamos completamente empapados.
Manuel va nervioso e incómodo a mi ritmo. Le estoy frenando. Le comento varias veces que si va bien que tire para adelante que yo hoy quiero correr en progresión. Me comenta también que el globo de las tres horas, que cada vez está más lejos, va mucho más rápido de lo que debería. Tras algún que otro amago finalmente en la primera bajada fuerte se despega y poco a poco se va alejando delante de mí con un ritmo más vivo y alegre que el que yo llevo. También pierdo de vista el globo, pero yo sigo a lo mío, por sensaciones, y estas son buenas. Voy muy cómodo y sé que no voy despacio. En un termómetro de una parada de autobús veo que estamos a 9 grados. Hemos tenido mucha suerte con la temperatura. Además la lluvia para e incluso el Sol, allá por el kilómetro 11 poco antes de llegar a Cuatro Caminos hace su primera aparición aunque consintiendo que el frío siga refrigerando nuestros cuerpos. Un rato antes en el kilómetro 10 he bebido por primera vez en la carrera un par de sorbos de Aquarius.
Ahí ya voy solo, pues no encuentro grupo al que adaptarme. Los que van a mi ritmo en las bajadas los dejo subiendo y los que van conmigo subiendo me dejan en las bajadas. Tanto es así que cuando en Cuatro Caminos giro a la izquierda para coger Bravo Murillo lo hago sin compañía, soy una pequeña isla dentro del gran pelotón de atletas. Antes de esa curva recibo los primeros ánimos de mi madre, mi hermana y Alfredo y tras la curva los de Sonia, mi Medio Vecina. Respondo a todos con un saludo y una sonrisa y sigo con el largo camino que me queda por recorrer esta mañana.
Hasta el 15 todo va rápido, trato de relajar la mente y dedicarme a disfrutar corriendo, sentir las calles, el público y todo lo que rodea a un evento como este. En una avenida ancha, tal vez la Avenida de Filipinas, veo que me están haciendo una foto. Se aparta la cámara y descubro a Rakala, que tras captar esa instantánea salta con fuerza y grita para animarme. También la saludo.
El kilómetro 15 está justo después de una curva a la izquierda que precede un kilómetro de ligera y larga subida en una recta que comparten la Calle Alberto Aguilera y la Calle Sagasta. Mantengo mi concentración lo que hace que se me pasen los carteles que marcan los kilómetros 16 y 17. Esa zona es por otro lado bastante entretenida, por calles estrechas en las que sientes el público encima, los gritos de ánimo de los valientes acostados en el lateral del asfalto que te ayudan a seguir avanzando. Me aprovecho de ello y disfruto del ambiente. A punto de pasar por el cartel del kilómetro 18, en la Calle Preciados, busco entre el público a Don José Ruiz Arbeloa sin suerte. Me dijo que estaría por esta zona pero entre tanta gente es fácil que pase desapercibido. Tras girar a la derecha encaramos la Gran Vía en una de las zonas posiblemente más bonitas e imponentes de todo el recorrido.
Mi ritmo es bueno y las sensaciones son buenas. La espectacular figura del Palacio Real me trae a la memoria la tarde que por primera vez lo admiré. Me distraigo mentalmente de la carrera pues sé que estoy regulando bien en las bajadas y manteniendo el ritmo en las subidas. Al pasar por el cartel del medio maratón siento curiosidad por saber el tiempo que llevo, pero el plan es no mirarlo hasta el 25 por lo que continúo regulando los esfuerzos. En el kilómetro 22 un amable voluntario sobre sus patines me pone un poco de Reflex en el gemelo derecho sin que tenga que dejar de correr, que aunque no amenaza con calambres va un poco agarrotado debido al frío que aún hace. La Avenida de Valladolid y la Calle de La Florida comparten una larguísima recta de más de 2 kilómetros que muere en Príncipe Pío justo en el kilómetro 25. En ese punto, en una curva a la derecha que se vuelve estrecha por la ansiedad del público recibo otro grito de ánimo de Sonia, a la que casi no reconozco con sus gafas de sol. Le guiño el ojo para que sepa que voy bien, que todo está controlado y sigo mi ritmo. Unos metros después distingo a mi hermana, mi madre y Alfredo. Tengo la impresión de que mi hermana me pregunta si voy bien y le digo que sí. Al poco veo el cartel del kilómetro 25 y pienso: “Es la hora. Me tengo que quitar el esparadrapo. COMIENZA MI CARRERA”.
El ritmo para correr en tres horas es 4’15”/Km. En hacer 25 kilómetros a 4’15”/Km se tarda 1h46’15”. Eso, evidentemente lo llevaba aprendido. Despego el esparadrapo a punto de pasar por la alfombra y marco el “lap” en mi cronómetro. 1h46’19”. El último “lap” (desde la media maratón) en 16’34”. Es decir, he pasado la media en poco menos de 1h30 y llevo 4 segundos de retraso sobre el ritmo de tres horas.
Me entran las primeras dudas, me empiezo a agobiar y siento que esta vez no va a poder ser, no voy a bajar de tres horas. He visto el perfil y la segunda media es mucho más dura que la primera. El año pasado Chema Martínez ganó con 2h12 pasando la media en 1h04. Desde el kilómetro 35 hasta el 41 y medio es un constante y desmoralizador enfrentamiento con una y otra subida. Y yo he pasado la media en 1h30, lo tengo chungo. Era complicado bajar de tres horas en este maratón me digo a mí mismo mientras entrando en la Casa de Campo en sus primeras rampas empiezo a adelantar corredores que van peor que yo. Paso un grupo, luego a otro, a corredores sueltos, más grupos y eso me da moral. Es una zona mentalmente dura pues no hay apenas público y la sensación de soledad en sus rampas aumenta el dolor en las piernas y el cansancio, pero el hecho de haber empezado a pasar grupos con fluidez me pone las pilas y me indica que aunque tal vez no baje de tres horas, al menos estoy corriendo bien. Poco después de pasar por el kilómetro 28 desde el público nos animan con un venga que enseguida viene un kilómetro de bajada. Y así es, ahora toca bajar lo que hemos subido. Sigo adelantando corredores hasta el 30 donde marco otro “lap” en el crono. 21’18” los últimos 5 kilómetros, voy clavado a ritmo de tres horas. Acumulado 2h07’37”.
Pues nada, me quedan 12 kilómetros y pico y tengo que hacerlos en 52’22” para lograr mi pequeño sueño y decido jugármela a una carta. Estoy fuerte, estoy en forma, he guardado fuerzas y sé que a pesar de eso en los últimos 7 kilómetros voy a perder tiempo, así que me lanzo como loco y pego un cambio de ritmo brutal. Continúo pasando corredores pero ahora mucho más rápido y empiezo a picar el crono en todos los kilómetros. Llega el cartel del kilómetro 31 y paro el crono en 4’03”. Bien, estás cogiendo renta Carlitos. Mi zancada es fluida, mi respiración cómoda y tengo la sensación de que acabo de empezar a correr. Me siento fuerte, rápido y la emoción de embriaga al ver que aún puedo conseguirlo. Paso el kilómetro 32, 4’06”, bien, otros segunditos más a la saca. Unos metros más tarde veo de nuevo a mi madre, mi hermana y Alfredo que me animan con fuerza. Voy como un tiro, lo están viendo, no dejo de pasar corredores y siento una emoción que está a punto de sacarme unas lágrimas cuando siento sus palabras de ánimo. Estoy disfrutando mucho de cada zancada, de la solvencia con la que estoy gestionando estos kilómetros y de cada momento que pasa. Agacho la cabeza, me concentro en no perder el ritmo, mantener la fluidez. Paso el kilómetro 33 en 3’58”. Me da mucha moral, y por primera vez en serio desde que quité el esparadrapo del crono siento que hay posibilidades. Al fondo, a unos 20 metros, distingo una camiseta que me es familiar. Joder, es Manuel, no va tan fino como al principio. Giro a la izquierda y el Estadio Vicente Calderón es testigo involuntario del intercambio de palabras con Manuel. Ánimo Manuel le digo Vas muy fuerte me contesta Me la he jugado, vamos a ver si sale. Le adelanto y no le vuelvo a ver en carrera. Volvemos a girar a la izquierda para encarar una de las últimas bajadas que quedan antes de entrar al Retiro. Un poquito antes de esa curva paso el kilómetro 34 en 4’02”. Me animo aunque regulo un poco pues aún quedan 8. El cartel del kilómetro 35 está en la Calle Juan Duque unos metros antes de girar a la derecha para entrar en la Calle de Segovia. Lo paso en 4’06” y sé que a partir de ahora voy a empezar a ir más lento pues empieza lo chungo. Justo en esa curva veo por última vez a mi madre, mi hermana y Alfredo cuyos gritos ensordecen a todos los que allí están. Voy ya muy concentrado y apenas saludo. Unos metros después Rakala me da sus últimos gritos de ánimo en una de las primeras subidas que aún me quedan.
He pasado el 35 y he cogido margen en los 5 kilómetros anteriores. 2h27’52” es mi tiempo de paso. 32’07” o menos para esos 7,2 kilómetros me conceden el deseo de acabar mi primer Mapoma en menos de tres horas. Hago un pequeño cálculo mental (es cierto que lo hice). 6x4,5=27. Si llego hasta el 41 a ritmo de 4’30” me quedarían algo más de 5 minutos para los últimos 1195 metros. Pues hay que darlo todo pues aún es posible.
El ritmo ya no es tan fluido, las cuestas son largas y los descansos escasos, que además los utilizo para recuperar fuerzas y no para correr más deprisa. Aún así me siento bien y mi mente funciona a la perfección. El kilómetro 36 lo paso en 4’27”. Bien, poco margen pero bien. Mantengo la cadencia, regulo pues sé que lo que queda es una cuesta sin fin hasta entrar en el Retiro y para eso faltan 6 kilómetros. A pesar de que voy más despacio sigo pasando corredores. El cartel del kilómetro 37 es una bendición y paro el crono en 4’23”. Un milagro que aún pueda ir tan rápido con estas cuestas pienso. Me animo, el sueño está cerca, estoy haciendo un carrerón, la mejor carrera de mi vida seguramente en el más difícil de los escenarios. Una ligera curva de izquierdas nos mete en el Paseo de las Acacias. Seguimos subiendo sin parar y poco después del kilómetro 38 distingo al gran José Ruiz Arbeloa con su barba blanca y sus gafas de sol. Vamos Carlos!! Carlos!! Carlos!! Carlos!! grita con la desgarrada voz del hombre de 67 años pero espíritu de un niño de 12 y una salud y vitalidad que muchos jóvenes para si quisieran. Le saludo levemente pues ya no estoy para derrochar fuerzas. Justo antes paso el kilómetro 38 en 4’30”. La Ronda de Atocha castiga mis piernas hasta el kilómetro 39. A pesar de la paliza física y mental que supone un maratón de esta dureza aprieto los dientes y me concentro en no mirar el final de las cuestas. 4’34” en el kilómetro 39, curva a la derecha y un falso llano de algo más de 200 metros antes de volver a girar a la izquierda para encarar la Calle Alfonso XII. La pendiente con la que me recibe esta calle es criminal. Conozco esa cuesta y trato de animarme pensando que lo duro son apenas 300 metros, que luego suaviza, pero al empezar a subir siento que me quedo clavado. Sigo adelantando gente, buena señal, pero sé que voy despacio. Me cago en su puta madre, menuda cuestecita me digo a mí mismo. Me anima ver que hay gente que la sube andando, que nadie está subiendo más rápido que yo, y que además son todos corredores que han llegado al kilómetro 40 corriendo a 4’15” o menos. Pero cada metro que avanzo siento que se me escapa un trocito del sueño, bajar de tres horas en mi primer Mapoma. La pendiente es brutal y llevo casi 5 kilómetros subiendo sin apenas descanso. Además sé, porque ayer estudié el final de la carrera "in situ", que cuando la pendiente se suavice aún quedará más de 1 kilómetro y medio de constante subida. Aprieto los dientes y me concentro en correr lo más deprisa que puedo hasta terminar el criminal repecho. Por fin se suaviza la cuesta y veo el cartel del kilómetro 40. Está aún a unos cuántos metros. Cuando lo paso el crono marca 4’49” y un acumulado de 2h50’35”. Se acabó, otra vez será, hoy no bajo de tres horas. Sé que no voy a poder recuperar esos segundos. No voy pinchado, aún tengo fuerzas, pero sé que correr en 9’24” los 2,2 kilómetros que aún faltan es imposible. Es una subida sin descanso hasta entrar al Retiro y sé que queda para eso un kilómetro y medio. Aún así un rayo de inconformismo me hace apretar los dientes para intentar hacer la machada. Pero llega el kilómetro 41 y lo paso en 4’35”. Ahora sí que es imposible. El público anima fuerte y hay quien incluso nos alienta con un vamos que vais a bajar de tres horas, que lo tenéis ahí. Yo sé que no, que lo he tocado, que lo he visto y que lo he palpado, pero que me voy a quedar a punto. Pero el de Madrid es un maratón espectacular y yo no voy a guardar ni un gramo de las fuerzas que me quedan, así que aumento el ritmo sintiendo la emoción del público que nos grita y anima consciente de lo duro que es esto. Lo doy todo y cuando giro a la derecha para entrar al Retiro la piel se me pone de gallina. Intento aumentar el ritmo, ahora ya no es subida, son unos metros de llano y el final es incluso un pelín favorable. Las vallas impiden que el público se nos eche encima, y en la parte derecha Sonia, mi Medio Vecina, me da el último grito de ánimo que recibo. Paso el kilómetro 42 en 4’24” y un acumlado de 2h59’34”. Asumo, ahora sí definitivamente, que no bajo de tres horas, pero me vacío y entrego para esprintar en los 195 metros que me separan de la meta. Miro el reloj y veo como pasa de 2:59:59 a 3:00:00. Miro el arco de meta y pienso Joder, estoy a 100 metros, qué pena.... Aún así me doy un homenaje y mantengo el esprint que he empezado hace unos metros hasta pasar por debajo del arco, donde termino mi maratón abriendo los brazos y levantando los hombros con gesto de “No pudo ser” mientras mi piel se pone de gallina y mis ojos se empañan por el carrerón que acabo de hacer. No paro el crono en meta y no miro el reloj al pasar. No me interesa. Sé que me ha faltado algo menos de medio minuto. Lo paro un poco después cuando ya marca más de 3h01. Estoy tan orgulloso y tan contento que la rabia de haber estado tan cerca no puede conmigo. Sé que correr igual de rápido la segunda media que la primera en Madrid es una empresa casi imposible, y yo esta mañana lo he hecho. Además lo he hecho en mi tope, rebajando mi marca en casi 7 minutos, dosificando y aguantando el ritmo hasta el final. Sé que es una putada haberme quedado tan cerca, pero también soy consciente del gran valor que tiene lo que acabo de hacer. Estoy muy feliz.
Al poco llega Manuel. Ha hecho 3h01’. También ha estado cerca. Hablamos, me pregunta, le pregunto, bebemos, nos ponemos nuestra medalla y vamos al guardarropa. Allí me despido de él.
Me cambio y llega Barney. Me cuenta que ha hecho 3h11 con calambres desde el Km. 20. Mientras hablo con él recibo un sms del Mapoma con mi tiempo. 3h00'22", es decir que hice los últimos 195 en apenas 48 segundos. Ya fuera del guardarropa me reúno con mi hermana, mi madre y Alfredo y al poco me llama Diego. Me cuenta que se ha tenido que retirar en el 35 con un tirón en el isquio. Hablo por teléfono con Sonia y Rakala que me dan su enhorabuena. Al rato salgo del Retiro feliz, contento y orgulloso, con ganas de escribir la crónica de la carrera más emocionante de mi vida, porque el momento ya ha pasado a la historia.
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Quiero dar las gracias a mucha gente por el apoyo prestado, pero especialmente a David, mi entrenador, por estar siempre ahí mostrándome la mejor manera de hacer las cosas, a mi madre, mi hermana y Alfredo por poner tanto empeño en animarme, a José Ruiz Arbeloa por salir un domingo frío por la mañana a darme un pequeño empujón y a Rakala y Sonia por el esfuerzo que me consta que ambas hicieron para poder darme unos gritos de ánimo. A los demás, todos, que me habéis acompañado en esta gran avenutra, muchas gracias también.
Finalmente quiero añadir a esta crónica todos los tiempos de paso y el puesto en el que iba en cada control de chip según la web oficial, que son casi clavados a los que yo iba marcando, esos tiempos que hasta el kilómetro 25 no quise saber.
Km. 10 - 42'50" (Puesto 615)
Km. 15 - 1h03'30" (Puesto 609)
Km. 20 - 1h25'00" (Puesto 619)
Medio Maratón - 1h29'43" (Puesto 620)
Km. 25 - 1h46'16" (Puesto 613)
Km. 30 - 2h07'35" (Puesto 534)
Km. 35 - 2h27'48" (Puesto 429)
Km. 40 - 2h50'32" (Puesto 386)
META - 3h00'22" (Puesto 385)
Clasificación General: 392 de 8372 llegados.
Clasificación Hombres: 385 de 7839 llegados.
Clasificación Categoría (Masc-C): 106 de 1767 llegados.
Tiempo Real: 3h00'22"
Tiempo Oficial: 3h00'51"
No sé por dónde empezar porque hay muchas cosas de las que hablar e intuyo que esta va a ser una entrada muy larga. Si analizo esto como un reto, he de decir que entrenar, preparar y correr el Maratón de Madrid ha sido una experiencia buenísima por muchos motivos. Ha sido complicado por la lesión, por el cansancio acumulado y porque este invierno nos ha deleitado con muchos días feos de lluvia y frío que han hecho duro salir a entrenar, pero tenía una especial ilusión por llegar bien al día D y esa ilusión me puso en la línea de salida el domingo en un estado de forma y una frescura mental excelente.
Durante la semana previa pasé muchos nervios, tuve muchas dudas sobre cómo afrontar la carrera, aunque también tenía el firme convencimiento de que iba a correr bien. La preparación fue buena física y mentalmente.
Y pasó la semana, pasó el viernes, pasó el sábado y llegó el domingo.
Me despierto de repente. Miro el reloj que marca las cuatro y media. Falta apenas una hora para que suene el despertador así que voy a dormirme otra vez. Tic tac tic tac, no puedo dormir, y tras dar vueltas en la cama durante 45 minutos decido levantarme a las cinco y cuarto. Es prontísimo, apenas he dormido cuatro horas, pero bueno, me daré una ducha para espabilarme. Despierto a mi madre, compañera de habitación ocasional que ha decidido venir desde Inglaterra este fin de semana para animarme. Me dijo que quería estar conmigo todo el rato en el desayuno, autobús, guardarropa, etc... y yo por supuesto accedí a ello. A las seis menos cuarto me bajo a desayunar y el metre me comenta que hasta las seis no hay desayuno. Menuda mierda pienso, y me vuelvo a la habitación a hacer tiempo. A las seis bajo de nuevo, esta vez con mi madre que antes aún no estaba lista. Dos tostadas, dos trozos de piña, un yogur y un café con leche.
A las seis y media volvemos a la habitación donde me pongo la equipación de gala. Cojo la bolsa para el guardarropa y bajo, acompañado por mi madre, a esperar al autobús que nos lleve a la salida.
El trayecto en bus es corto pero me da tiempo para relajarme escuchando en mi mp3 una pequeña selección de canciones especialmente confeccionada para la ocasión.
Siete y media. Aparece Barney. Está nervioso. Dejamos las bolsas en el guardarropa y hacemos un par de fotos. Aparecen también Manuel García (atleta afincado en Murcia con quien coincidí el día de antes en el Hotel y en alguna ocasión en Internet) y mi amigo Diego, que hoy debuta en maratón. Las visitas al baño para las meadas quitanervios y otros menesteres nos dividen, y me veo a las nueve menos diez en la línea de salida con Manuel que tiene el mismo objetivo que yo: BAJAR DE TRES HORAS. Diego se queda un poco más atrás y lo perdemos. A Barney lo perdimos hace un cuarto de hora.
Estamos a punto de salir y por mi mente pasan muchas cosas. A pesar de la excitación del momento no me olvido de la conversación con David del sábado por la tarde: Carlos, corre por sensaciones, olvídate del reloj hasta el kilómetro 25. Tienes que llegar con fuerzas al kilómetro 30. He decidido ponerle un trozo de esparadrapo a la pantalla del reloj para no poder ver el crono. En el kilómetro 25 se lo quitaré y a partir de ahí correré "con reloj". Me he estudiado el perfil y tengo clara la táctica. Mi intención es guardar fuerzas hasta el kilómetro 30 pues sé que a partir del 35 la cosa se va a poner muy fea y me va a hacer mucha falta toda la fuerza que haya conseguido dosificar. Hoy, por tanto, voy a ser conservador. Me vienen a la mente los agónicos 6 últimos kilómetros de mis dos últimos maratones y me asusto. Me entra ese bendito cosquilleo en el estómago. Esto está a punto de empezar. Me concentro y... me mojo, ¡¡joder!! está lloviendo. Y con la lluvia llegaron las nueve y con las nueve el pistoletazo. Empezamos a correr.
Es especial siempre el comienzo de cualquier maratón. Una gran serpiente multicolor inundando una gran avenida con sueños y propósitos que además en muchos casos no se cumplen. Así de cabrón es el maratón. Por eso es tan especial la salida, porque esos sueños están intactos y la ilusión por alcanzarlos se siente cuando eres una pequeña parte de esa gran serpiente. Salgo con Manuel y lo hacemos tranquilos. A pesar de que nos hemos colocado bien en el primer kilómetro somos víctimas de algún que otro atasco que nos impide correr con fluidez. Pasamos al globo de las cuatro horas al poco de que Manuel me diga que hemos hecho el primer kilómetro en 4’35”. Por la parte derecha del Paseo de la Castellana vamos adelantando corredores y cogiendo el ritmo. Van quedando detrás también los globos de las 3h30 y de las 3h15. El de las tres horas nos saca unos 100 metros. Al pasar por el kilómetro 3 me dice que ya hemos bajado a 4’20” en ese kilómetro. Es la última referencia que me da, prefiero no saber nada y dejarme llevar por las sensaciones. Esto se lo comento justo en la curva a la derecha que tomamos para rodear el Estadio Santiago Bernabeu que, desde su privilegiada posición, es espectador de lujo de este gran evento. La lluvia va aumentando la intensidad por momentos, tanto que al abandonar por segunda vez la Castellana en el kilómetro 6 y medio vamos completamente empapados.
Manuel va nervioso e incómodo a mi ritmo. Le estoy frenando. Le comento varias veces que si va bien que tire para adelante que yo hoy quiero correr en progresión. Me comenta también que el globo de las tres horas, que cada vez está más lejos, va mucho más rápido de lo que debería. Tras algún que otro amago finalmente en la primera bajada fuerte se despega y poco a poco se va alejando delante de mí con un ritmo más vivo y alegre que el que yo llevo. También pierdo de vista el globo, pero yo sigo a lo mío, por sensaciones, y estas son buenas. Voy muy cómodo y sé que no voy despacio. En un termómetro de una parada de autobús veo que estamos a 9 grados. Hemos tenido mucha suerte con la temperatura. Además la lluvia para e incluso el Sol, allá por el kilómetro 11 poco antes de llegar a Cuatro Caminos hace su primera aparición aunque consintiendo que el frío siga refrigerando nuestros cuerpos. Un rato antes en el kilómetro 10 he bebido por primera vez en la carrera un par de sorbos de Aquarius.
Ahí ya voy solo, pues no encuentro grupo al que adaptarme. Los que van a mi ritmo en las bajadas los dejo subiendo y los que van conmigo subiendo me dejan en las bajadas. Tanto es así que cuando en Cuatro Caminos giro a la izquierda para coger Bravo Murillo lo hago sin compañía, soy una pequeña isla dentro del gran pelotón de atletas. Antes de esa curva recibo los primeros ánimos de mi madre, mi hermana y Alfredo y tras la curva los de Sonia, mi Medio Vecina. Respondo a todos con un saludo y una sonrisa y sigo con el largo camino que me queda por recorrer esta mañana.
Hasta el 15 todo va rápido, trato de relajar la mente y dedicarme a disfrutar corriendo, sentir las calles, el público y todo lo que rodea a un evento como este. En una avenida ancha, tal vez la Avenida de Filipinas, veo que me están haciendo una foto. Se aparta la cámara y descubro a Rakala, que tras captar esa instantánea salta con fuerza y grita para animarme. También la saludo.
El kilómetro 15 está justo después de una curva a la izquierda que precede un kilómetro de ligera y larga subida en una recta que comparten la Calle Alberto Aguilera y la Calle Sagasta. Mantengo mi concentración lo que hace que se me pasen los carteles que marcan los kilómetros 16 y 17. Esa zona es por otro lado bastante entretenida, por calles estrechas en las que sientes el público encima, los gritos de ánimo de los valientes acostados en el lateral del asfalto que te ayudan a seguir avanzando. Me aprovecho de ello y disfruto del ambiente. A punto de pasar por el cartel del kilómetro 18, en la Calle Preciados, busco entre el público a Don José Ruiz Arbeloa sin suerte. Me dijo que estaría por esta zona pero entre tanta gente es fácil que pase desapercibido. Tras girar a la derecha encaramos la Gran Vía en una de las zonas posiblemente más bonitas e imponentes de todo el recorrido.
Mi ritmo es bueno y las sensaciones son buenas. La espectacular figura del Palacio Real me trae a la memoria la tarde que por primera vez lo admiré. Me distraigo mentalmente de la carrera pues sé que estoy regulando bien en las bajadas y manteniendo el ritmo en las subidas. Al pasar por el cartel del medio maratón siento curiosidad por saber el tiempo que llevo, pero el plan es no mirarlo hasta el 25 por lo que continúo regulando los esfuerzos. En el kilómetro 22 un amable voluntario sobre sus patines me pone un poco de Reflex en el gemelo derecho sin que tenga que dejar de correr, que aunque no amenaza con calambres va un poco agarrotado debido al frío que aún hace. La Avenida de Valladolid y la Calle de La Florida comparten una larguísima recta de más de 2 kilómetros que muere en Príncipe Pío justo en el kilómetro 25. En ese punto, en una curva a la derecha que se vuelve estrecha por la ansiedad del público recibo otro grito de ánimo de Sonia, a la que casi no reconozco con sus gafas de sol. Le guiño el ojo para que sepa que voy bien, que todo está controlado y sigo mi ritmo. Unos metros después distingo a mi hermana, mi madre y Alfredo. Tengo la impresión de que mi hermana me pregunta si voy bien y le digo que sí. Al poco veo el cartel del kilómetro 25 y pienso: “Es la hora. Me tengo que quitar el esparadrapo. COMIENZA MI CARRERA”.
El ritmo para correr en tres horas es 4’15”/Km. En hacer 25 kilómetros a 4’15”/Km se tarda 1h46’15”. Eso, evidentemente lo llevaba aprendido. Despego el esparadrapo a punto de pasar por la alfombra y marco el “lap” en mi cronómetro. 1h46’19”. El último “lap” (desde la media maratón) en 16’34”. Es decir, he pasado la media en poco menos de 1h30 y llevo 4 segundos de retraso sobre el ritmo de tres horas.
Me entran las primeras dudas, me empiezo a agobiar y siento que esta vez no va a poder ser, no voy a bajar de tres horas. He visto el perfil y la segunda media es mucho más dura que la primera. El año pasado Chema Martínez ganó con 2h12 pasando la media en 1h04. Desde el kilómetro 35 hasta el 41 y medio es un constante y desmoralizador enfrentamiento con una y otra subida. Y yo he pasado la media en 1h30, lo tengo chungo. Era complicado bajar de tres horas en este maratón me digo a mí mismo mientras entrando en la Casa de Campo en sus primeras rampas empiezo a adelantar corredores que van peor que yo. Paso un grupo, luego a otro, a corredores sueltos, más grupos y eso me da moral. Es una zona mentalmente dura pues no hay apenas público y la sensación de soledad en sus rampas aumenta el dolor en las piernas y el cansancio, pero el hecho de haber empezado a pasar grupos con fluidez me pone las pilas y me indica que aunque tal vez no baje de tres horas, al menos estoy corriendo bien. Poco después de pasar por el kilómetro 28 desde el público nos animan con un venga que enseguida viene un kilómetro de bajada. Y así es, ahora toca bajar lo que hemos subido. Sigo adelantando corredores hasta el 30 donde marco otro “lap” en el crono. 21’18” los últimos 5 kilómetros, voy clavado a ritmo de tres horas. Acumulado 2h07’37”.
Pues nada, me quedan 12 kilómetros y pico y tengo que hacerlos en 52’22” para lograr mi pequeño sueño y decido jugármela a una carta. Estoy fuerte, estoy en forma, he guardado fuerzas y sé que a pesar de eso en los últimos 7 kilómetros voy a perder tiempo, así que me lanzo como loco y pego un cambio de ritmo brutal. Continúo pasando corredores pero ahora mucho más rápido y empiezo a picar el crono en todos los kilómetros. Llega el cartel del kilómetro 31 y paro el crono en 4’03”. Bien, estás cogiendo renta Carlitos. Mi zancada es fluida, mi respiración cómoda y tengo la sensación de que acabo de empezar a correr. Me siento fuerte, rápido y la emoción de embriaga al ver que aún puedo conseguirlo. Paso el kilómetro 32, 4’06”, bien, otros segunditos más a la saca. Unos metros más tarde veo de nuevo a mi madre, mi hermana y Alfredo que me animan con fuerza. Voy como un tiro, lo están viendo, no dejo de pasar corredores y siento una emoción que está a punto de sacarme unas lágrimas cuando siento sus palabras de ánimo. Estoy disfrutando mucho de cada zancada, de la solvencia con la que estoy gestionando estos kilómetros y de cada momento que pasa. Agacho la cabeza, me concentro en no perder el ritmo, mantener la fluidez. Paso el kilómetro 33 en 3’58”. Me da mucha moral, y por primera vez en serio desde que quité el esparadrapo del crono siento que hay posibilidades. Al fondo, a unos 20 metros, distingo una camiseta que me es familiar. Joder, es Manuel, no va tan fino como al principio. Giro a la izquierda y el Estadio Vicente Calderón es testigo involuntario del intercambio de palabras con Manuel. Ánimo Manuel le digo Vas muy fuerte me contesta Me la he jugado, vamos a ver si sale. Le adelanto y no le vuelvo a ver en carrera. Volvemos a girar a la izquierda para encarar una de las últimas bajadas que quedan antes de entrar al Retiro. Un poquito antes de esa curva paso el kilómetro 34 en 4’02”. Me animo aunque regulo un poco pues aún quedan 8. El cartel del kilómetro 35 está en la Calle Juan Duque unos metros antes de girar a la derecha para entrar en la Calle de Segovia. Lo paso en 4’06” y sé que a partir de ahora voy a empezar a ir más lento pues empieza lo chungo. Justo en esa curva veo por última vez a mi madre, mi hermana y Alfredo cuyos gritos ensordecen a todos los que allí están. Voy ya muy concentrado y apenas saludo. Unos metros después Rakala me da sus últimos gritos de ánimo en una de las primeras subidas que aún me quedan.
He pasado el 35 y he cogido margen en los 5 kilómetros anteriores. 2h27’52” es mi tiempo de paso. 32’07” o menos para esos 7,2 kilómetros me conceden el deseo de acabar mi primer Mapoma en menos de tres horas. Hago un pequeño cálculo mental (es cierto que lo hice). 6x4,5=27. Si llego hasta el 41 a ritmo de 4’30” me quedarían algo más de 5 minutos para los últimos 1195 metros. Pues hay que darlo todo pues aún es posible.
El ritmo ya no es tan fluido, las cuestas son largas y los descansos escasos, que además los utilizo para recuperar fuerzas y no para correr más deprisa. Aún así me siento bien y mi mente funciona a la perfección. El kilómetro 36 lo paso en 4’27”. Bien, poco margen pero bien. Mantengo la cadencia, regulo pues sé que lo que queda es una cuesta sin fin hasta entrar en el Retiro y para eso faltan 6 kilómetros. A pesar de que voy más despacio sigo pasando corredores. El cartel del kilómetro 37 es una bendición y paro el crono en 4’23”. Un milagro que aún pueda ir tan rápido con estas cuestas pienso. Me animo, el sueño está cerca, estoy haciendo un carrerón, la mejor carrera de mi vida seguramente en el más difícil de los escenarios. Una ligera curva de izquierdas nos mete en el Paseo de las Acacias. Seguimos subiendo sin parar y poco después del kilómetro 38 distingo al gran José Ruiz Arbeloa con su barba blanca y sus gafas de sol. Vamos Carlos!! Carlos!! Carlos!! Carlos!! grita con la desgarrada voz del hombre de 67 años pero espíritu de un niño de 12 y una salud y vitalidad que muchos jóvenes para si quisieran. Le saludo levemente pues ya no estoy para derrochar fuerzas. Justo antes paso el kilómetro 38 en 4’30”. La Ronda de Atocha castiga mis piernas hasta el kilómetro 39. A pesar de la paliza física y mental que supone un maratón de esta dureza aprieto los dientes y me concentro en no mirar el final de las cuestas. 4’34” en el kilómetro 39, curva a la derecha y un falso llano de algo más de 200 metros antes de volver a girar a la izquierda para encarar la Calle Alfonso XII. La pendiente con la que me recibe esta calle es criminal. Conozco esa cuesta y trato de animarme pensando que lo duro son apenas 300 metros, que luego suaviza, pero al empezar a subir siento que me quedo clavado. Sigo adelantando gente, buena señal, pero sé que voy despacio. Me cago en su puta madre, menuda cuestecita me digo a mí mismo. Me anima ver que hay gente que la sube andando, que nadie está subiendo más rápido que yo, y que además son todos corredores que han llegado al kilómetro 40 corriendo a 4’15” o menos. Pero cada metro que avanzo siento que se me escapa un trocito del sueño, bajar de tres horas en mi primer Mapoma. La pendiente es brutal y llevo casi 5 kilómetros subiendo sin apenas descanso. Además sé, porque ayer estudié el final de la carrera "in situ", que cuando la pendiente se suavice aún quedará más de 1 kilómetro y medio de constante subida. Aprieto los dientes y me concentro en correr lo más deprisa que puedo hasta terminar el criminal repecho. Por fin se suaviza la cuesta y veo el cartel del kilómetro 40. Está aún a unos cuántos metros. Cuando lo paso el crono marca 4’49” y un acumulado de 2h50’35”. Se acabó, otra vez será, hoy no bajo de tres horas. Sé que no voy a poder recuperar esos segundos. No voy pinchado, aún tengo fuerzas, pero sé que correr en 9’24” los 2,2 kilómetros que aún faltan es imposible. Es una subida sin descanso hasta entrar al Retiro y sé que queda para eso un kilómetro y medio. Aún así un rayo de inconformismo me hace apretar los dientes para intentar hacer la machada. Pero llega el kilómetro 41 y lo paso en 4’35”. Ahora sí que es imposible. El público anima fuerte y hay quien incluso nos alienta con un vamos que vais a bajar de tres horas, que lo tenéis ahí. Yo sé que no, que lo he tocado, que lo he visto y que lo he palpado, pero que me voy a quedar a punto. Pero el de Madrid es un maratón espectacular y yo no voy a guardar ni un gramo de las fuerzas que me quedan, así que aumento el ritmo sintiendo la emoción del público que nos grita y anima consciente de lo duro que es esto. Lo doy todo y cuando giro a la derecha para entrar al Retiro la piel se me pone de gallina. Intento aumentar el ritmo, ahora ya no es subida, son unos metros de llano y el final es incluso un pelín favorable. Las vallas impiden que el público se nos eche encima, y en la parte derecha Sonia, mi Medio Vecina, me da el último grito de ánimo que recibo. Paso el kilómetro 42 en 4’24” y un acumlado de 2h59’34”. Asumo, ahora sí definitivamente, que no bajo de tres horas, pero me vacío y entrego para esprintar en los 195 metros que me separan de la meta. Miro el reloj y veo como pasa de 2:59:59 a 3:00:00. Miro el arco de meta y pienso Joder, estoy a 100 metros, qué pena.... Aún así me doy un homenaje y mantengo el esprint que he empezado hace unos metros hasta pasar por debajo del arco, donde termino mi maratón abriendo los brazos y levantando los hombros con gesto de “No pudo ser” mientras mi piel se pone de gallina y mis ojos se empañan por el carrerón que acabo de hacer. No paro el crono en meta y no miro el reloj al pasar. No me interesa. Sé que me ha faltado algo menos de medio minuto. Lo paro un poco después cuando ya marca más de 3h01. Estoy tan orgulloso y tan contento que la rabia de haber estado tan cerca no puede conmigo. Sé que correr igual de rápido la segunda media que la primera en Madrid es una empresa casi imposible, y yo esta mañana lo he hecho. Además lo he hecho en mi tope, rebajando mi marca en casi 7 minutos, dosificando y aguantando el ritmo hasta el final. Sé que es una putada haberme quedado tan cerca, pero también soy consciente del gran valor que tiene lo que acabo de hacer. Estoy muy feliz.
Al poco llega Manuel. Ha hecho 3h01’. También ha estado cerca. Hablamos, me pregunta, le pregunto, bebemos, nos ponemos nuestra medalla y vamos al guardarropa. Allí me despido de él.
Me cambio y llega Barney. Me cuenta que ha hecho 3h11 con calambres desde el Km. 20. Mientras hablo con él recibo un sms del Mapoma con mi tiempo. 3h00'22", es decir que hice los últimos 195 en apenas 48 segundos. Ya fuera del guardarropa me reúno con mi hermana, mi madre y Alfredo y al poco me llama Diego. Me cuenta que se ha tenido que retirar en el 35 con un tirón en el isquio. Hablo por teléfono con Sonia y Rakala que me dan su enhorabuena. Al rato salgo del Retiro feliz, contento y orgulloso, con ganas de escribir la crónica de la carrera más emocionante de mi vida, porque el momento ya ha pasado a la historia.
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Quiero dar las gracias a mucha gente por el apoyo prestado, pero especialmente a David, mi entrenador, por estar siempre ahí mostrándome la mejor manera de hacer las cosas, a mi madre, mi hermana y Alfredo por poner tanto empeño en animarme, a José Ruiz Arbeloa por salir un domingo frío por la mañana a darme un pequeño empujón y a Rakala y Sonia por el esfuerzo que me consta que ambas hicieron para poder darme unos gritos de ánimo. A los demás, todos, que me habéis acompañado en esta gran avenutra, muchas gracias también.
Finalmente quiero añadir a esta crónica todos los tiempos de paso y el puesto en el que iba en cada control de chip según la web oficial, que son casi clavados a los que yo iba marcando, esos tiempos que hasta el kilómetro 25 no quise saber.
Km. 10 - 42'50" (Puesto 615)
Km. 15 - 1h03'30" (Puesto 609)
Km. 20 - 1h25'00" (Puesto 619)
Medio Maratón - 1h29'43" (Puesto 620)
Km. 25 - 1h46'16" (Puesto 613)
Km. 30 - 2h07'35" (Puesto 534)
Km. 35 - 2h27'48" (Puesto 429)
Km. 40 - 2h50'32" (Puesto 386)
META - 3h00'22" (Puesto 385)
Clasificación General: 392 de 8372 llegados.
Clasificación Hombres: 385 de 7839 llegados.
Clasificación Categoría (Masc-C): 106 de 1767 llegados.
Tiempo Real: 3h00'22"
Tiempo Oficial: 3h00'51"